Ilustraciones para los artículos Valores sexuales: una perspectiva libertaria, de Marta Lamas, y para Racismo, migración y resistencia en el blues, del músico, fotógrafo y editor mexicano Benjamín Anaya. Periódico El Libertario, Caracas, Vzla.
"Cada cultura otorga valor a ciertas prácticas sexuales y denigra a otras a partir de una limitada concepción de la sexualidad. (...) La tradición judeocristiana occidental plantea la inmoralidad intrínseca del acto sexual: el placer es malo y sólo se redime la sexualidad si se vuelve un medio para expresar sentimientos íntimos, adquirir responsabilidades y, sobre todo, reproducir a la especie. (...) ¿Es válido ética o científicamente fijar un imperativo moral a partir de un supuesto orden "natural"? Evidentemente no, pues lo "natural" no existe, a menos que se le otorgue el sentido de que todo lo que existe, todo lo humano,es natural. (...) Si se insiste en pensar la sexualidad derivada de un orden "natural", habrá que hacerlo entonces con el sentido libertario y pluralista de que todo lo que existe, vale. (...) Responder a la pregunta sobre qué valores sexuales son defendibles en la agenda política democrática me lleva a adherirme a una perspectiva libertaria, desde la cual reivindico: el respeto a la diversidad sexual, el consentimiento mutuo y la gran responsabilidad para con la pareja."
Marta Lamas, Valores sexuales: una perspectiva libertaria (fragmento). El Libertario #53.
"Muchas fuentes imprescindibles para el estudio del blues nos han confirmado los testimonios de quienes han utilizado este género popular negro, como banda sonora libertaria y lúdica, frente a la lucha contra la esclavitud y el afianzamiento de los afroamericanos en los United Snakes of Captivery. (...) La música de blues inició también como una liberación, como un escape a la tristeza crónica de la condición miserable de los negros. Si bien, como en toda la música popular, existe un nivel considerable de producción musical simplemente descriptivo de las pasiones humanas (el amor-desamor, el abandono del lugar querido), debemos entender al blues a partir del desarraigo producido por la migración.
Cuando escuchamos al “bluesista” cantar sus penas de amor, debemos comprenderlo al dejar su pueblo natal y tener que emigrar a la gran ciudad, en donde quizá encuentre otro amor, pero no el originario. Así, Blind Lemon Jefferson canta: “Me estoy preguntando/ si mis trajes cabrían en una caja de cerillos./ No tengo cerillos/ pero sí un camino por delante”. Esa tierra prometida tenía que ir río arriba en los buques que recorrían el Mississippi, desplegando migrantes desde las praderas algodoneras de New Orleáns, Alabama y Tennessee y sembrándolos en Memphis, Vicksburg y Saint Louis. Pero fue en las grandes ciudades receptoras de negros “bluesistas” como Chicago, Detroit, Cleveland y en otra dirección, gracias al ferrocarril, Los Ángeles, Oakland y San Francisco, las que pudieron hacer crecer disqueras para producir la enorme cantidad de música blues de los migrantes negros.
El impacto posterior sería un detonador central para la cultura del rock&roll pero, sobre todo, de una subcultura juvenil (blanca, chicana, negra, de cualquier color) que vio en la liberación de los “bluesistas”, un elemento singular que compartía su propia experiencia reivindicadora de libertades.(...) Así que, larga vida al blues, porque culturalmente, la resistencia sigue y ahí se anidan sus acordes más azules, más negros y más profundos."
Benjamín Anaya, Racismo, migración y resistencia en el blues (fragmento). El Libertario #54.
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